Aquel chico era el típico que le encantaba ver las estrellas desde un sofá abandonado en la playa. De los que se reían, pero sus ojos tristes decían todo lo contrario. Perdía la vida por una sonrisa y no dejaba que el tiempo le matara. Removía el café planeando el siguiente ataque. Corría descalzo entre el tráfico de la noche sintiendo la libertad en cada poro de su piel. No quería estar muerto. Estar vivo era vivir con todas las letras. Te llevaba a la luna, al sol o a donde quisieras y si no te lo traía a casa por la noche.
Yo ya sabía que después de estar con él un rato, me pasaría la vida entre tristrezas y alegrías por aquel corazón loco que tenía. Pero aquí estamos para eso. Si el corazón grita nos subiremos a una montaña y sacaremos todo lo que llevamos dentro. Y si duele la vida sacamos las garras y luchamos contra ella. Si nada nos llena buscamos entre el tráfico de las aceras algo que nos de esperanza. Porque la vida es pequeña, efímera, y nosotros tenemos que dejar huella. Así que sonríe, sueña, escribe, dibuja, retrata. Pinta corazones en las paredes cuando estés enamorado y táchalos cuando te duela el amor. La vida es una noria: cuando estás arriba tienes que gritar y aprovechar las vistas y cuando estás abajo esperar la subida. Y desde aquí veo el cielo, personas danzando al son de la vida y te tendré en frente dentro de poco, sonriendome. Creo que podría llamarlo felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario