jueves, 8 de diciembre de 2011

A la mierda primavera.

 Ahora me siento tan frágil, como un pequeño gorrión herido que vuela a trompicones... Tenía la espalda llena de cicatrices, arañazos de piel roja y secuelas de una vida feliz. La felicidad es la que deja más secuelas, eso lo sabemos todos. Mis mañanas favoritas eran las de sol, acompañadas de sus buenos días pasados por sal. Me gustaba ver las estrellas en la playa, porque me recordaba que era tan pequeña...como sus ojos. Esas mañanas, en las que él cogía su mejor bañador, se despegaba las legañas de los ojos, e iba a ver el mar. Una visita fugaz. Olía el salitre y volvía lleno de ausencias. Escuchando su cantante favorito, muy bajito. En el pueblo que los gatos de los tejados se relamían los bigotes. Esa era la siguiente parada. Esos eran mis días de sol. Sal, gatos, sonrisas, ausencias. Comía perdiendo la vista por la ventana. Tras la comida, dejar pasar el tiempo, para volver a aquel mar. Al llegar la tarde, paseaba un poco por la playa, observando todo. Disfrutaba soñando con mundos desconocidos. Con carreteras interminables, máscaras azules y cielos sin una sóla nube. Eso eran mis días de sol. Volvía a casa al caer la noche, con mil sueños de más y la nostalgia pegada a mis pasos. Me hacía un ovillo en la cama y dejaba que la noche la abrazara. En mi casa llena de sueños, oliendo a sal e intentando ver las estrellas.

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